España Liberal, 2005-05-31
El próximo lunes se reúne la Comisión de Investigación del 11-M para estudiar las ?conclusiones? a las que no ha podido llegar porque nada investigó. Es probable que antes de esa fecha conozcamos nuevos misterios, lo que Rubalcaba y Zapatero llaman ?coincidencias?. En cualquier caso, no parece que vayan a despertar la curiosidad de sus señorías empeñados en pasar sin leer la página más sangrienta de nuestra más reciente historia.
El Partido Popular ha anunciado que sus conclusiones serán provisionales ya que no se sabe quiénes han sido los autores de la masacre. Ya les vale. Es para lo que han quedado los pepes. Para solemnizar lo obvio y sólo después de leer los periódicos. Hoy el diario
El Mundo prueba que la policía tenía controlados a los supuestos asesinos un mes antes de que cometieran su muy anunciada y vigilada fechoría. Y decimos supuestos asesinos porque nos costará mucho creer que se les hayan ?escapado? a tantos como los vigilaban.
Fíjense lo que recuerda el editorial del periódico madrileño:
?Hoy sabemos que un agente de la Policía Nacional, el sirio Kalaji, liberó los móviles utilizados en los atentados y que tenía contactos con las personas que participaron en los preparativos. Y también que los jefes del comando de Lavapiés estaban siendo controlados por la UCIE mientras Zouhier alertaba a la UCI, Huarte visitaba a Benesmail, Trashorras departía con el inspector Manolón y la Guardia Civil de Asturias mantenía bajo llave la cinta de Lavandera. Demasiadas casualidades que requieren una explicación convincente que, por el momento, brilla por su ausencia?.
Cuando intenté leerle estás líneas a un vecino socialista me dijo que no le interesaba nada de lo que dijera el periódico de Pedro J. Ramírez. Según él todo está aclarado. Recuerdo que 24 horas después de la matanza me invitó a acompañarle a una manifestación para exigirle a Aznar la verdad. Entonces mi vecino devoraba todo lo que podía leer sobre el 11-M. También el diario
El Mundo. Creí que tenía buena voluntad y que no le era indiferente el sufrimiento ajeno. Me equivoqué. Mi vecino no quería entonces la verdad. Ni la quiere ahora. Es más, la teme. Hoy he visto miedo en sus ojos. Es un cobarde. No sabe quién ha sido y ya no quiere saberlo. No le conviene. Mi vecino es un miserable.