Martínez Barrios analiza la difícil situación radical y propone un gobierno de centro-derecha sin su colaboración personal

J. Losada de la Torre. Blanco y Negro, de 4 de febrero de 1934

Casi todos los periódicos madrileños dieron la noticia. Después del Consejo de ministros celebrado el pasado miércoles en la Presidencia se reunieron con el Sr. Martínez Barrio, en el domicilio de éste, los señores Lara y Guerra del Río. Los tres conversaron ampliamente sobre la situación política y parlamentaria, y convinieron en la necesidad de sacudir la tutela de los partidos derechistas de la Cámara para gobernar en adelante, con un sentido netamente republicano.

- ¿Quiere usted que hablemos del momento político?

- ¿Por qué no? Yo no me niego jamás a estos requerimientos periodísticos. A veces uso de una prudente reserva si las circunstancias obligan al silencio; pero siempre deseo que la opinión pública esté orientada.

El diálogo con el Sr. Martínez Barrio no adopta la forma estirada y solemne de la interviú. Los comentarios y los juicios fluyen espontáneamente de la conversación. El periodista pone en ella tanto como el político.

- Hay quien entiende que el actual Gobierno da una sensación clarísima de interinidad -decimos-. Los que piensan así suponen que la particular distribución de las fuerzas en el Parlamento le obligan a una actitud permanente de atonía y de quietismo.

- Es indudable que la situación es imprecisa y confusa -contesta el señor Martínez Barrio-. Para mí, que gusto de las situaciones claras y despejadas, es bien lamentable.

- ¿Cree usted; por tanto, que debe tener un pronto término este estado de cosas?

- Así lo entiendo.

- Pues sobre la base de que es imprescindible una solución, se hacen ya algunas combinaciones políticas. Dos de ellas adquieren fuertes trazos.

- ¿Cuáles?

- Una concentración de radicales, agrarios, Acción Popular Agraria y regionalista, presidida por don Alejandro Lerroux. Otra concentración de radicales, agrarios, conservadores y regionalistas, bajo su presidencia.

- La primera solución es viable. La segunda, no. Aquélla conseguiría una gran fuerza parlamentaria. Una enorme fuerza en la Cámara, que le permitiría actuar con desembarazo. Sería una situación centroderecha. ¿En qué medida tendría la asistencia de la opinión pública? A mi juicio, todo lo que habría de sobrarle en el Parlamento le faltaría en la calle. A la solución segunda yo no voy de ninguna manera. He dicho muchas veces, y ahora repito, que no sucederé al Sr. Lerroux. Lo hice una vez porque las circunstancias gravísimas de aquella ocasión me forzaron a ello. Pero no reincidiré. Mientras viva el señor Lerroux, y espero que ha de vivir muchos años, yo no ocuparé un puesto que a él, y sólo a él, corresponde. ¿Está claro? Me parece que mis palabras no dejan un solo resquicio a la duda.

- Así es. Entonces, ¿usted formaría, personalmente, en el Gobierno que se constituyera con la primera concentración?

- No. Yo estaría en los bancos de la mayoría, como un radical más, siempre leal al Sr. Lerroux, siempre dispuesto a una ayuda eficaz y sincera, con mi voto y con mi asistencia continua, pero sin compartir la responsabilidad personal en el banco azul. La razón es bien clara. Yo soy hombre de izquierdas. Mi postura había de ser incómoda en un Gobierno de distinta significación. Creo firmemente que una política de izquierdas, dentro de la más pura democracia, con sometimiento absoluto a la ley, impregnada de un sentido de justicia social, resolvería múltiples problemas que están ahora mismo planteados en España y lograría el asenso de una enorme masa de opinión. Lo que sucede es que la izquierda, hasta este momento, se movió a impulsos de un criterio estrecho y sectario, con modos que la sensibilidad refinada del pueblo español no aguanta. Quedamos, pues -agrega sonriendo el ilustre ex-presidente-, en la viabilidad de esa solución presidida por el señor Lerroux. Es viable, además, constitucional. Una vez que Acción Popular Agraria se declare dentro del régimen, ¿qué reproche puede hacerse a ese Gobierno de concentración? Si las izquierdas se opusieran, bastaría recordar algunos textos del Sr. Azaña y resplandecería en el acto la irreprochable conducta del Poder moderador.

- ¿Supone usted próxima la formación de ese hipotético Gobierno?

- A mi inicio, urge. Todo el mundo está convencido de que las organizaciones obreras se mueven hacia un fin revolucionario. Los líderes aseguran que están rebasados y que la explosión es inevitable. Claro es que al Estado le sobran medios para frustrar el intento y someter a los perturbadores. Pero, ¿se piensa en lo difícil que es emplearse a fondo en una labor ímproba y llena de obstáculos, sin que esta acción esté respaldada por una política clara y concreta? Yo he demostrado que conozco los modos de hacer, en esa lucha con la revolución; primero, para disminuir su volumen de intensidad y, luego, para desarticularla y quebrantarla. ¿Cómo hacerlo en una situación política imprecisa y borrosa? Se comprende que esto se haga cuando se va a gobernar dilatadamente, y todos y cada uno de los actos que se realicen van a tener la rúbrica de una situación duradera. El ejemplo de O'Donnell, después de San Gil, es aleccionador.

El Gobierno que tome a su cargo la solución de este momento, el que sea, tiene que emplearse contra la extrema izquierda y contra la extrema derecha; contra todos los que proclaman la violencia y se declaran enemigos de la ley y de la libertad.

- A juzgar por los acuerdos que públicamente adoptan ciertas organizaciones obreras, parece muy inmediato el intento de agresión al Estado.

- No lo creo así. El Gobierno conoce todos los manejos. Al gobernante no debe preocuparle tanto la cuestión de fechas como la de actuar rápidamente de un modo preventivo para evitar, en lo posible, el modo represivo. Por eso dije antes que urge la solución política. Además, ¿qué gana el Gobierno en autoridad y prestigio con una claudicación diaria, impuesta por los grupos que le prestan su apoyo en el Parlamento? Los jefes de las derechas desean demostrar ante sus masas que el Gobierno vive porque ellos quieren. Yo no se lo reprocho. Han de producirse así porque tienen que responder a una ideología y a una táctica, pero el Gobierno ha de reaccionar frente a esa conducta. Yo, en el debate sobre la proposición del Sr. Lamamié de Clairac acerca de las elecciones municipales y provinciales, reaccioné. Pero, ¿hasta qué punto, o mejor dicho, hasta qué momento podrán tolerarlo las derechas? He aquí la dramática situación en toda su descarnada realidad. Un balón de oxígeno presta aparente vida por unas horas. Luego, pasados sus efectos, la depresión se acentúa. Por eso esta situación es estéril.

- Si fracasara la concentración de que antes hablábamos, ¿qué podría ocurrir?

El Sr. Martínez Barrio vacila antes de contestar, y dice al fin:

- Yo medito siempre las palabras que pronuncio en el recinto parlamentario. Al contestar al Sr. Lamamié, y como éste se mostrara partidario de ir cuanto antes a las elecciones municipales, hube de preguntarle: «¿Cree S.S. que se debe ir a una consulta del Cuerpo electoral?» Y añadí: «Pues se debe tomar buena nota de ello.»

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