Diario de Sesiones, 22 de octubre de 1931
El Sr. Presidente: El Sr. Sánchez Albornoz tiene la palabra.
El Sr. Sánchez Albornoz: Quiero comenzar, Sres. Diputados, por declarar que esta enmienda no responde exactamente al pensamiento de ninguno de los firmantes, ni siquiera al mío
(Rumores y risas.) Sin embargo, todos hemos aceptado el texto de la misma, con la mira puesta en el porvenir de la República y de España; hemos cedido cada uno una parte de nuestras opiniones; hemos descendido de nuestras posiciones ideales, porque, Sres. Diputados, se trata de algo trascendental para la vida de España.
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El Sol, de 21 de octubre de 1931
La ley que ayer aprobó la Cámara para reforzar la de Orden público es la siguiente:
«Artículo 1.: Son acto de agresión a la República y quedan sometidos a la presente ley:
1.: La incitación a resistir o a desobedecer las leyes o las disposiciones legítimas de la autoridad.
2.: La incitación a la indisciplina o al antagonismo entre Institutos armados o entre éstos y los organismos civiles.
3.: Difundir noticias que puedan quebrantar el crédito o perturbar la paz o el orden público.
4.: La comisión de actos de violencia contra personas, cosas o propiedades por motivos religiosos, políticos o sociales o la incitación a cometerlos.
5.: Toda acción o expresión que redunde en menosprecio de las instituciones u organismos del Estado.
6.: La apología del régimen monárquico o de las personas en que se pretenda vincular su representación y el uso de emblemas, insignias o distintivos alusivos a uno u otras.
7.: La tenencia ilícita de armas de fuego o sustancias explosivas prohibidas.
8.: La suspensión o cesación de industrias o labores de cualquier clase sin justificación bastante.
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El Sol, 14 de octubre de 1931
El Sr. Ministro de la Guerra (Azaña): Pido la palabra.
El Sr. Presidente: La tiene S.S.
El Sr. Ministro de la Guerra: Señores, Diputados: Se me permitirá que diga unas cuantas palabras acerca de esta cuestión que hoy nos apasiona, con el propósito, dentro de la brevedad de que o sea capaz, de buscar para las conclusiones del debate lo más eficaz y lo más útil. De todas maneras, creo que yo no habría podido excusarme de tomar parte en esta discusión, aunque no hubiese sido más que para desvanecer un equívoco lamentable que se desenvuelve en torno de la enmienda formulada por el Sr. Ramos, y que algunos grupos políticos de las Cortes acogieran.
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Diario de Sesiones, de 13 de octubre de 1931
El Sr. Domínguez Arévalo: Pido la palabra.
El Sr. Presidente: La tiene S.S.
El Sr. Domínguez Arévalo: En asunto que como éste afecta a cosa de tanta trascendencia y que roza a la conciencia, a los sentimientos más íntimos, no será extraño que este modesto Diputado navarro quiera salvaguardar su conciencia dejando consignada en el Diario de Sesiones la expresión de un sentimiento íntimo. La manifestación que quiero hacer es la siguiente: que cuando aquí se vote la iniquidad que se va a votar por el sectarismo anticatólico de algunos miembros del Gobierno y de la Cámara y -lo que es más triste- por la pasividad claudicante de los que llamándose católicos permanecen ahí
(señalando al banco azul) callados, se habrá abierto un abismo entre el sentimiento católico y la República española.
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Diario de Sesiones, 18 de septiembre de 1931
El Sr. Unamuno: Señores diputados, el texto del proyecto de Constitución hecho por la Comisión dice: «El castellano es el idioma oficial de la República, sin perjuicio de los derechos que las leyes del Estado reconocen a las diferentes provincias o regiones.»
Yo debo confesar que no me di cuenta de qué perjuicio podía haber en que fuera el castellano el idioma oficial de la República (acaso esto es traducción del alemán), e hice una primitiva enmienda, que no era exactamente la que después, al acomodarme al juicio de otros, he firmado. En mi primitiva enmienda decía: «El castellano es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español tendrá el derecho y el deber de conocerlo, sin que se le pueda imponer ni prohibir el uso de ningún otro.» Pero por una porción de razones vinimos a convenir en la redacción que últimamente se dió a la enmienda, y que es ésta: «El español es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español tiene el deber de saberlo y el derecho de hablarlo. En cada región se podrá declarar cooficial la Lengua de la mayoría de sus habitantes. A nadie se podrá imponer, sin embargo, el uso de ninguna Lengua regional.»
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Ramón J. Sender. El Sol, 5 de agosto de 1931
En el artículo que días pasados publicaba
El Sol sobre el momento social y político de Cataluña se rozaban cuestiones fundamentales de la vida orgánica de la C.N.T. dejando en el aire afirmaciones ligeras. Es conveniente dar a esas afirmaciones su gravidez específica y dejarlas sentadas no en el aire ni en los escaños del Congreso -donde a la ligera se le ha querido dar últimamente una consagración nacional-, sino en la tierra firme de los hechos.
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El Sol, 19 de agosto de 1931
Comienzo por manifestar que redacto el presente informe en plena paz de mi espíritu, asistido de la calma y serenidad necesarias que creo no haber perdido un solo momento, con el reposo moral y material que supone el no pesar sobre mí, desde hace más de tres días, la responsabilidad de los acontecimientos, y madurados, por último, mis pensamientos y mis juicios en muchas horas de constante meditación.
Estoy, además, rodeado de un ambiente de tranquilidad pública, ininterrumpido durante las cuarenta y ocho horas últimas, bajo la confortante sensación de creer que la lucha actual toca a su término; recibiendo continuamente telegramas que me dan cuenta de irse reanudando el trabajo y la paz en los pueblos de la provincia; percibiendo la normalidad que poco a poco va recobrando Sevilla, mientras llegan a mi despacho obreros de todas las profesiones en súplica de apoyo para excitar la clemencia en favor de los vencidos. Es más: creo que de ahora en adelante transcurrirán días, quizá semanas, con el orden y el trabajo asegurados en medio de una superficial tranquilidad.
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Luis Araquistain y Miguel de Unamuno. El Sol, 21 de julio de 1931
El complejo Sindicalista. ¿Por qué hay tantas huelgas?
¿Qué motivos hay en el fondo de esta erupción de huelgas que le ha brotado a la República española, o, si quiere Unamuno, a la España republicana? Este exantema huelguístico es lo que no acaba de explicarse el observador extranjero, pues si los sindicalistas de la Confederación Nacional del Trabajo abominan, como dicen, tanto de la Monarquía como del comunismo, ¿qué se proponen perturbando directamente la sociedad e indirectamente el Estado republicano? Contestemos a la pregunta inicial, y con ello quedarán contestadas todas las que se relacionen con el sindicalismo español. Los motivos son muchos. Mencionaremos algunos.
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ARRARAS, J.:Historia de la Cruzada. Madrid, 1940. Tomo 3.: pág. 376
«Caballeros cadetes: Quisiera celebrar este acto de despedida con la solemnidad de años anteriores, en que, a los acordes del himno nacional, sacásemos por última vez nuestra bandera y, como ayer, besaseis sus ricos tafetanes, recorriendo vuestros cuerpos el escalofrío de la emoción y nublándose vuestros ojos al conjuro de las glorias por ella encarnadas; pero la falta de bandera oficial limita nuestra fiesta a estos sentidos momentos en que, al haceros objeto de nuestra despedida, recibáis en lección de moral militar mis últimos consejos.
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El Sol, 30 de junio de 1931
Pórtico electoral de la República
El hecho diferencial de las elecciones de anteayer fue su pulso tranquilo. Amaneció en la calle de Alcalá, bajo las frescas guirnaldas de las mangas de riego, un día caliente y mecido en aires tempestuosos. Los unos y los otros la dejaron desde media noche sucia, con un carnaval de papeles. A las seis inicióse el combate. Por el Prado surgieron dos camionetas de comunistas. Cantaban torpemente; pero cantaban «Los sirgadores del Volga». Don Marcelino Domingo les agradecerá sin duda su hermosa diana. Ellos, sin demasiada vehemencia, distribuían sobre las soledades de asfalto paquetes y paquetes de literatura electoral. Y fue ésta, a lo largo de la jornada, la única vibración «de otros tiempos» que puso en las calles un poquito de espectáculo.
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