Almanzor: El último caudillo andalusí

El Mundo, 14 de Marzo de 1999

Nació en 942 (Torrox) y murió en 1002. Estudió Teología y Derecho. Defensor de la legitimidad, hizo morir a correazos a uno de sus hijos. Amplió la mezquita de Córdoba donde trabajó como albañil.

Almanzor: El último caudillo andalusíIbn abi-Amir Mohammad, bautizado a sí mismo como Almanzor, fue el último gran caudillo andalusí y el primero por sus victorias militares. Si Abderramán III conquistó una hegemonía incontestable sobre los reinos y condados nacientes de la España cristiana y sobre el abigarrado mosaico étnico y religioso andalusí, regido por mano de hierro, Almanzor llevó aún más lejos el poder militar, pero prefirió mandar a fundar dinastía en firme y su herencia fue la guerra civil, la fitna que, tras su muerte, deshizo para siempre el califato.

Nació en 942 en Torrox, cerca de Algeciras, en la familia yemenita de los Beni abi-Amir, de la tribu Moafir, una de las pocas árabes que entró con los berberiscos en Tarik en 711 y tomó la primera ciudad de la España visigoda, Carteya.

Estudió en la Mezquita y en las madrasas de Al Hakem. Al concluir la carrera de Teología y Derecho abrió una oficina para redactar peticiones al califa.

Era extraordinariamente apuesto, muy vehemente y gran seductor, herramientas para una ambición sin límites. Tuvo la suerte de que lo echaran de su primer empleo cuando Al Hakem buscaba un administrador de los bienes de su heredero Abderramán y concertó una entrevista con su madre la Sayyida o señora Sohb, la esclava vascongada Aurora convertida en Princesa Favorita, que quedó fascinada por Ibn abi-Amir. El propio califa se asombraba del éxito que aquel joven galán de 24 años había adquirido sobre Sohb y todo su harén.

Nombrado inspector de la Moneda en 966, dispuso así de fondos abundantes para vender favores y multiplicar regalos. En 969 fue cadí de Sevilla y de Niebla y al morir el príncipe Abderramán (970) pasó a administrar los bienes del heredero  Hixem. Hasta 976, aunque mandase la chorta, suerte de policía cordobesa, Ibn abi-Amir era sólo el favorito de la Favorita. Pero ese año murió Al Hakem y sus eunucos quisieron nombrar a un príncipe llamado Moghira para deshacerse del primer ministro Musafí. Ibn abi-Amir, nombrado mayordomo de Palacio poco antes de morir el califa, fue llamado por Musafí para hacer frente al complot. Acordaron matar a Moghira, pero como éste era inocente de la intriga nadie quería hacerlo. Ibn abi-Amir se ofreció. Según algunas fuentes, vaciló al verlo sumiso pero, tras consultar a Musafí, dejó que lo estrangulasen sus soldados delante de toda la familia.

Dos poderes sobresalen en el califato: el político de Musafi y el militar de Galib. Ibn abi-Amir, siempre al abrigo de Sohb, consigue enfrentarlos a muerte mientras gana cruelmente reputación de hombre íntegro. Por ejemplo, haciendo morir a correazos a un hijo suyo dentro de la campaña contra el delito emprendida en Córdoba. Cuando Musafí se ve en peligro ofrece a Gálib casar a su hijo con la bella hija del general: Ismá, La Renombrada. Ibn abí-Amir se adelanta y la desposa él mismo, en la boda más fastuosa que recordaba Córdoba.

Su matrimonio con Ismá es felicísimo, aunque pronto se hace amante de la cristiana Elvira, y comparte a Sobh con el cadí Ibn as-Salim. Su poder crece tanto, que los faquíes empiezan a poner en duda su fe. Entonces, tras desbaratar una conjura para asesinar al califa, que fracasa por muy poco, toma Ibn abi-Amir una decisión que lo retrata: invita a los faquíes a la biblioteca de Al Hakem, les pide que señalen todos los libros impíos o peligrosos de los filósofos y él mismo les ayuda a quemarlos. Copia el Corán de propia mano y lo exhibe siempre consigo.

El propio Gálib, defensor de la legitimidad de Hixem II y que no acepta que entre Ibn abi-Amir y Sobh lo tengan recluido entre el harén y la penitencia, disputa con él ferozmente un día en las almenas de un castillo. Gálib saca la espada para matarlo e Ibn abi-Amir se lanza por la muralla, quedando enganchado de un pico. Gálib no lo remata. Comienza la guerra definitiva por el poder. La suerte actúa de nuevo y Gálib sufre un accidente cuando estaba derrotando a sus enemigo: se da un golpe en la silla y muere. Desbandadas sus huestes, entra en Córdoba y toma el nombre de Almanzor. Instaura su dictadura.

Comienza entonces la epopeya militar de Almanzor, a dos campañas por año. En 984 estaciona tropas permanentes en León. En 985 derrota al conde Borrell, más siervo suyo que de Carlomagno, y toma y arrasa Barcelona. En 987 destruya Coimbra. En 988 toma y destruye León, dejando una sola torre como recuerdo de su gloria. En 989 se enfrenta a una conspiración de su hijo Abdallah, -al que no consideraba legítimamente suyo- con el tuchibí Motarrif de Zaragoza y Abdallah Piedra Seca de Toledo. Los separa y vence con facilidad. Su hijo huye a Castilla y Almanzor la arrasa durante un año hasta que García Fernández tiene que devolvérselo y lo hace matar (990).

En 991 había nombrado hadjib a su hijo Abd el-Malik, con 18 años, y en 992 su sello sustituye al del califa. Para evitar que cualquier otro conquiste la voluntad de Hixem II construye una ciudad-palaico, Madinat al-Zahira, donde se instalan la Corte y el Gobierno. Pero cuando en 996 toma el título de Melic Carim (Noble Rey), su antigua amante la Sayyida Sohb compra los servicios del caudillo mauritano Zirí y convence a Hixem II para que asuma el poder. Almanzor parece perdido pero, a escondidas de  Sobh, consigue ver al califa y conquista de nuevo su voluntad. El 3 de julio de 997 emprende su expedición más famosa, contra el corazón de la cristiandad española y europea: Compostela. Saquea Santiago y vuelve a Córdoba con las puertas de la ciudad y las campanas de la catedral a hombros de cautivos cristianos. Las puertas sirven para la techumbre y las campanas como lámparas de la nueva ampliación de la Mezquita, en la que trabajan cristianos encadenados y el propio Almanzor hace de albañil, para delirio del pueblo. Pero él mismo empieza a temer su condenación eterna. Lleva consigo siempre su mortaja y una cajita en la que guarda el polvo de sus ropas en las 50 campañas de hijad. En 1002 emprende la última contra Castilla y arrasa su templo sagrado, San Millán de la Cogolla. Atacado en Cervera, cerca de Calatañazor, está a punto de perder la vida. Postrado en un carro es llevado a Medinaceli, donde fallece. Su epitafio dice así: «Por Allah que jamás los tiempos traerán otro que se le parezca ni que como él defienda nuestras fronteras». Un monje cristiano fue más conciso. «En el año 1002 murió Almanzor y fue enterrado en los infiernos». Ambas frases estaban justificadas.

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