Calzada de Calatrava en "Los Episodios Nacionales"

Narváez - Benito Pérez Galdós

...pasó este caballero (Narváez) por un pueblo de la Mancha que se llama Calzada de Calatrava. Era en el mes de Agosto; llegó Narváez tal como ayer, y hoy mandó fusilar, con juicio sumarísimo, al último Prior de la Orden de Calatrava, D. Valeriano Torrubia. La única persona, entre las principales de la Calzada, que pudo intervenir en la entrega del fuerte (la Iglesia de Ntra. Sra. del Valle), fue un cura llamado Vadillo.

Calzada de Calatrava en "Los Episodios Nacionales"Galdós, en sus Episodios Nacionales -Narváez, al final del capítulo XVIII- hace referencia a hechos acaecidos en Calzada de Calatrava, como el incendio por parte de los carlistas de la Iglesia de Ntra. Sra. Del Valle así como la mala relación entre Espartero y Narváez ("pasó este caballero por un pueblo de la Mancha que se llama Calzada de Calatrava") . Aquí tienen el extracto del capítulo:

«El año 38 pasó este caballero por un pueblo de la Mancha que se llama Calzada de Calatrava... Iba en persecución del carlista Gómez..., ya sabe usted, la famosa expedición de Gómez... De aquel pueblo al mío, donde yo estaba con mis padres, no hay más distancia que dos leguas o poco más. Yo era entonces una mozuela: me acuerdo de aquellos sucedidos como si fueran de ayer, y la impresión de terror que dejaron en mí no se borrará nunca; que si espanto causaban allí los facciosos con sus crueldades y saqueos, no daba menos que sentir este maldito que los perseguía en nombre de la Reina, pues unos y otros llegaban, asolaban y partían como una legión de demonios. Era en el mes de Agosto; llegó Narváez tal como ayer, y hoy mandó fusilar, con juicio sumarísimo, al último Prior de la Orden de Calatrava, D. Valeriano Torrubia, a un rico propietario de la misma ciudad y a una mujer. ¿Creerán ustedes que este hecho brutal era escarmiento de facciosos porque las víctimas habían dado apoyo al cabecilla Gómez? Pues están muy equivocados, y si la Historia se escribe así, maldita sea mil veces. El delito del pobre D. Valeriano era estar emparentado con la familia de Espartero, y ser, como este, hijo de Granátula, que sólo dista de la Calzada una hora de camino. Para condenarlo, así como a sus compañeros, en la sumaria hecha de mogollón sin más objeto que cubrir el expediente, se alegó la entrega de un fuerte, realizada siete meses antes, al paso de Cabrera, después de una reñida acción en que perecieron trescientos y pico de liberales. Oigan ustedes a mi padre. Mi madre, que era Torrubia y tenía parentesco con el Prior, diría, si viviera, que ninguno de aquellos infelices era carlista ni tuvo arte ni parte en la entrega del fuerte. Todo esto, si no lo he presenciado, lo he sentido en derredor mío, expresado con gritos de dolor que eran gritos de verdad. No son referencias lejanas desfiguradas por el tiempo y la distancia, sino hechos que palpitaban a mi lado, entre mi familia y mis convecinos, y que siguieron estampados en la memoria de todos los que entonces vivíamos en la Mancha.

»Pues oigan más. La única persona, entre las principales de la Calzada, que pudo intervenir en la entrega del fuerte, fue un cura llamado Vadillo. ¿Por qué, pregunto yo, este hombre de la leyenda, este cordero con garras de león no fusiló a Vadillo y sí a los otros, que nunca se significaron como carlinos? ¿Por qué no quiso escuchar, ni recibir siquiera, al hermano de Espartero, canónigo de Ciudad Real, que acudió a pedir clemencia, y llevaba, según dicen, órdenes de que se suspendiera la ejecución? Porque, sépanlo ustedes y sépalo el mundo todo, lo que menos le importaba a este tío era perseguir carlistas y alentar liberales; su pasión dominante era el odio a Espartero, y la envidia de los triunfos y de los increíbles adelantos de mi paisano; su móvil, la idea de ser como él, poderoso y popular; su fin, destruir todo lo que significase adhesión a Espartero, partido de Espartero, familia de Espartero... Esto, que aquí no se vio nunca, lo vimos claro todos los que allá vivíamos: yo respiré estas ideas, y de su verdad no puedo dudar... Ahora viene la segunda parte de mi cuento, y aunque para mí esta parte es tan verdadera como la que acabo de referir, no me atrevo a darla como Historia. Vamos, que también traigo yo mi poquitín de leyenda para colgársela al Espadoncito andaluz. La noche antes del fusilamiento, la pasó D. Ramón en compañía de una guapísima mujer... La conocí: había sido mi amiguita; tenía tres años más que yo... Fue público y notorio que el cura Vadillo no era extraño a las amistades de la buena moza con el General. Si un día entregó un fuerte a Cabrera, otro día le entregaba otro fuerte a Narváez; sólo que este castillo, aunque muy bonito como mujer, no valía nada como fortificación... Cierto es lo que digo de esas amistades: lo que presento como leyenda, usted, Pepe, puede ponerlo en claro si se atreve a preguntárselo a Narváez... o a Bodega, que debe saberlo lo mismo que su amo. Pregunte usted a cualquiera de los dos si es cierto que en la noche de marras vacilaba el General entre el rigor y la clemencia, y que Rufina Campos le pidió que fusilara sin piedad, ofreciendo su cuerpo en pago de la orden; si es verdad que en su impaciencia por concluir aquel negocio de las muertes, le hizo coger la pluma y le llevó la mano para que firmara... Este es un punto que yo no me atrevo a sacar de la Fábula para llevarlo a la Historia: lo cuento como me lo contaron, y no respondo de ello.

»Lo que no tiene duda, amigo mío, es que en Calzada de Calatrava había por aquel tiempo una fuerte discordia entre dos bandos que se habían formado, y ardían en rencores con más fuego de pasioncillas locales que de ideas políticas, y que uno de estos bandos se valió del tremendo Narváez para desbaratar al otro. Pescaron al Espadón echándole por cebo la carne fresca de Rufina Campos. Con que ahí tienen los señores Narvaístas una vela que encenderle a su ídolo, el borrego con zarpa de león, que más valdría decir de hiena, por la propiedad de las cosas históricas... ¡Y este hombre quiere que ahora nos dobleguemos ante su Orden y ante su Principio de autoridad, él, que siempre fue díscolo y revolucionario, él, que no hizo más que pisotear su tan cacareado Principio! ¿Cómo se ha de respetar a quien nada respetó? ¿Cómo ha de sofocar las conspiraciones quien toda su vida se la pasó conspirando? Si los sublevados victoriosos del 40 llamaban insurrectos a los vencidos, y estos a su vez, triunfantes el 43, llamaron rebeldes a los del 40, ¿qué nombre hemos de dar a todos más que el de bandidos? No se asombre usted, Pepe, ni me ponga la carita burlona, que sus burlas y su estupefacción no son más que una máscara con que tapa un escepticismo tan negro como el mío. Yo no creo en estos hombres, Pepe, ni usted tampoco. La Historia de España, mientras hubo guerra, es una Historia que pone los pelos de punta; pero la que en la paz escriben ahora estos danzantes, no se pone los pelos de ninguna manera, porque es una historia calva, que gasta peluca. Yo, qué quiere usted que le diga, entre una y otra, prefiero la primera... me repugnan los pelos postizos».

Esta idea nos dio pie para reír, dejando incontestada la graciosa sátira contra los hombres públicos, y sin comentario el terrible cuento manchego.

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