El Mundo, 16 de mayo de 1999
Murió en la cama y después de 40 años como dictador. Su personalidad no ha revestido nunca el menor interés para los intelectuales. Lo cruelmente innecesario fue la represión posterior a la guerra.
Sólo hay un español con el que se puede tener la seguridad de que, se escriba lo que se escriba, no gustará a la mayoría de los que lo lean: Francisco Franco Bahamonde. Es, sin duda, el militar y político de más importancia en todo nuestro siglo XX. Fue el general más joven de Europa, ascendido desde teniente siempre por méritos de guerra en las durísimas campañas de Africa, primero en las fuerzas de choque de Regulares y luego en la Legión, de la que fue auténtico organizador. De morir en 1936 sería recordado como el más importante de los militares
africanistas. De morir en 1939, como el generalísimo del bando vencedor en la cruenta Guerra Civil de 1936 a 1939. Pero en realidad lo que polarizó y marcó su memoria en la de todos los españoles es que murió en 1975, en la cama y después de 40 años como dictador. Nadie en los siglos XIX y XX tuvo el poder tanto tiempo. Nadie concitó de tal forma la adhesión y el odio de los españoles. Pero si sus hechos han sido decisivos en la historia de España, su personalidad no ha revestido nunca, ni siquiera en los momentos de mayor exaltación dictatorial de su régimen, el menor interés para los intelectuales, los curiosos y hasta la opinión pública. La figura política de Franco será objeto de discusión y debate. Su figura humana no ha conseguido más atención que la de aquellos que pretenden proyectar en su personalidad determinados rasgos de su actuación pública. Pero hace falta mucho apasionamiento ideológico para apasionarse por la persona y la personalidad de Franco, que son minuciosísimamente aburridas.
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El Mundo, 14 de Marzo de 1999
Nació en 942 (Torrox) y murió en 1002. Estudió Teología y Derecho. Defensor de la legitimidad, hizo morir a correazos a uno de sus hijos. Amplió la mezquita de Córdoba donde trabajó como albañil.
Ibn abi-Amir Mohammad, bautizado a sí mismo como Almanzor, fue el último gran caudillo andalusí y el primero por sus victorias militares. Si Abderramán III conquistó una hegemonía incontestable sobre los reinos y condados nacientes de la España cristiana y sobre el abigarrado mosaico étnico y religioso andalusí, regido por mano de hierro, Almanzor llevó aún más lejos el poder militar, pero prefirió mandar a fundar dinastía en firme y su herencia fue la guerra civil, la
fitna que, tras su muerte, deshizo para siempre el califato.
Nació en 942 en Torrox, cerca de Algeciras, en la familia yemenita de los Beni abi-Amir, de la tribu Moafir, una de las pocas árabes que entró con los berberiscos en Tarik en 711 y tomó la primera ciudad de la España visigoda, Carteya.
Estudió en la Mezquita y en las
madrasas de Al Hakem. Al concluir la carrera de Teología y Derecho abrió una oficina para redactar peticiones al califa.
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El Mundo, 7 de marzo de 1999
Nació en 1114 y murió en 1162. Príncipe de Aragón, marqués de Provenza y conde de Barcelona. Casado con Petronila, hija de Ramiro II de Aragón. Creó las bases de un nuevo Estado.
Uno de los muchos enigmas y recovecos de la España Medieval es la creación de la Corona de Aragón, que unía el reino del mismo nombre y varios condados de lo que mucho más tarde se llamaría Cataluña, fundamentalmente el de Barcelona. Para añadir más elementos curiosos a una de las claves políticas de nuestra historia, no fue ningún rey aragonés sino un conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, el que creó la que con el tiempo iba a convertirse en una de las potencias mediterráneas y, sobre todo, constitutiva y constituyente de la época de apogeo español en el mundo.
Fijándose más en la realidad de hoy que en la de hace casi nueve siglos, muchos se sorprenden de la modestia del conde barcelonés, que lo era también de Gerona, Ausona, Besalú, Cerdaña y Conflent. Pero cuando en 1131, a los 17 años, el hijo de Ramón Berenguer III y la última de sus esposas, Doña Dulce de Provenza, heredó las posesiones paternas, nadie hubiera pensado que un lustro después se hubiese convertido en el sucesor de hecho, aunque no de derecho, de Ramiro II
El Monje, forzado heredero del forjador del poder aragonés, Alfonso I
El Batallador, conquistador del Valle del Ebro.
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El Mundo, 20 de junio de 1999
Nación en Fuendetodos en 1746 y murió en Burdeos en 1828. Huele a pintura desde que nace. Depresivo, toda España se muestra en los pinceles de Goya a finales del XVIII y comienzos del XIX.
Goya es como un lienzo empapado de España, la traslación vigorosa y delicada, atormentada y gloriosa de una nación que, mientras él vive y pinta, experimenta los más amables desarrollos y las convulsiones más atroces. Toda la España de la Ilustración, de esa desembocadura ilustrada del XVIII, está en los cartones luminosos de Goya para la Fábrica de Tapices. Es la vida pintada cotidiana de un país próspero, alegre y confiado: España de romería, España jugando a las cartas, España beoda, España cayéndose de un andamio, España tomando agua para el cántaro y niños, muchos niños españoles, jugando, riendo, metiéndose las manos en los sobacos para combatir el frío, como esos hombres que caminan embozados bajo la nevada, camino de algún belén modesto. Y las riñas de las ventas. Y los ciegos cantando. Y la bella bajo el quitasol. Esa España, que aún no conoce la tragedia, está en Goya como en nadie antes ni después. Es también la España de Jovellanos, de Moratín, de los Duques de Osuna, de la tormentosa Duquesa de Alba, la pasión atormentada y baldía del Goya gentilhombre, cortesano, burgués. Que lo fue.
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El Mundo, 28 de febrero de 1999
Nació en Tuña (Asturias) (1784-1823). Símbolo del liberalismo (Himno de Riego). Proclamó la Constitución de 1812, abolida por Fernando VII. Fue ahorcado en la Plaza de la Cebada (Madrid)
La vida de Riego, llamado
El Héroe de las Cabezas por haberse rebelado al frente de sus tropas en Cabezas de San Juan (Sevilla) para imponer la vuelta a la Constitución de 1812, abolida por Fernando VII, es romántica, liberal, aventurera, heroica, desdichada y trágica. Riego ha sido uno de los grandes mitos de los españoles de los dos últimos siglos como mártir de la libertad. Y en efecto, lo fue. Pero a pesar de existir muchos libros sobre él y del avance documental de Gil Novales, todavía no tenemos una buena biografía de este hombre cuya vida supera la novela. Tuvo, en cambio, cancionero y romancero propios, como buen héroe español, y su nombre designa al único himno nacional que ha sustituido a la
Marcha Real. El
Himno de Riego, como los romances a él dedicados, participa de la pedregosa retórica que desde Quintana asoló nuestra poesía, pero también posee una fresca ingenuidad, una vivacidad que hace gentil y melancólica su evocación:
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El Mundo, 21 de febrero de 1999
Vivió 70 años y reinó durante 49. Tomó el título de califa. Consiguió la rendición de Toledo. A una esclava que lo rechazó le quemó la cara. Hizo de Córdoba centro del saber universal.
Vino al mundo en un piélago de sangre. Su abuelo el emir Abdallah mandó a su hijo Motarrif que matase a Mohammed, su hermano y padre de nuestro Abderramán. Así las gastaban los Omeya en aquellos amenes del siglo IX, cuando el culto a la masacre igualaba a cristianos y musulmanes, árabes y berberiscos, yemeníes y eslavos. Estos eslavos eran más bien hijos de Babel: cristianos del norte de España, gallegos y leoneses, francos de muy diversa cuna, germanos y normandos, daneses y chipriotas, tal cual siciliano y cierto número de esclavos y libertos de la Iliria o la Panonia romanas, los propiamente
eslavos. Pero así se separaba a los profesionales de las armas que luchaban en todos los frentes y ejércitos. Tras el asesinato de Mohammed, Abdallah se arrepintió, adoptó y educó al huérfano Abderramán, dejándole el trono en 912. El trono y el caos.
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El Mundo, 14 de febrero de 1999
Nombrado heredero por César ocupó su puesto con 17 años. Terminó con los cántabros y astures, los dos últimos pueblos hispanos que combatieron a Roma. Fundó Mérida, Zaragoza y Barcelona.
Una peculiaridad del viejo solar español es que casi siempre ha sido independiente y ha estado regido por reyes y dinastías propias. Quizá por eso los grandes forjadores romanos de Hispania, base de todas las españas posteriores, son considerados menos
nuestros que Viriato, Indíbil o Mandonio. Sin embargo, la auroral y fecunda época romana de la Península presenta personajes que no limitaron su acción al solar hispano, porque fueron emperadores de todo el Imperio, pero crearon en nuestro suelo más que nadie en los siglos futuros.
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El Mundo, 7 de febrero de 1999
La moda tenebrista del siglo XVII lo catapultó a la fama. Aprendió a pintar en Sevilla. Fue un virtuoso del color blanco. Su obra se centró en la religión. Para él, pintar fue llevar lo real a lo sagrado.
Zurbarán es un pintor al que sólo imaginamos en «la espaciosa y triste España» de Fray Luis de León. Los trabajos, la gloria, las envidias, el olvido, la varia fortuna crítica, la destrucción y aventamiento de su obra y su nueva fama tardía son españolas a más no poder. Como venir al mundo un 98 (el del XVI) en Fuente de Cantos, provincia de Badajoz, hijo de un tendero de origen vasco, Luis de Zurbarán, y una extremeña llamada Isabel Márquez. Como tener una mercería en el pueblo, que no pasaba de 700 vecinos.
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El Mundo, 31 de enero de 1999
Su abuelo, el abogado Juan Siscar es quien le incita al estudio del Derecho. Creador de la Historiografía y Filología españolas. Sus sucesivos planes educativos fueron ignorados o mutliados por las universidades.
Una de las tonterías de mayor fortuna entre españoles y extranjeros, especialmente tras la crisis del liberalismo de principios del siglo XX, es la de negar que en España haya existido Ilustración o cosa parecida. Bien es verdad que también se ha afirmado campanudamente que no hubo romanización, ni Bárbaros, ni invasión islámica, ni Reconquista, ni Feudalismo, ni Renacimiento, ni Burguesía, ni Capitalismo, ni Liberalismo, ni Democracia, ni nada. Nada y nunca. Reputados caudillos regionales proclaman hoy que España no existe, nunca existió o murió hace tiempo. Cadáver curioso el español, fantasmal, insepulto y con excelente color, de atender a sus pintores.
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El Mundo, 24 de enero de 1999
Hija del califa Mustafkí, fue la más célebre de las poetisas de Al Andalus. En 1025 abrió palacio y salón literario en Córdoba. Su historia de amor y desamor con Ben Zaydun se convirtió en una leyenda.
Entre las figuras intelectuales, políticas y mundanas en el brillante naufragio del Islam español durante el siglo XI, la más llamativa es la princesa Wallada, de la familia real de los Omeya, cuyo padre fue uno de los muchos califas que durante la
fitna o Guerra Civil llegaron al trono cordobés mediante el asesinato y a puñaladas también lo abandonaron. Abderramán Obaidallah al Mustafkí, padre de la más célebre de las poetisas de Al Andalus, mató en 1023 a Abderramán al Mustazhir, el fugacísimo califa elegido asambleariamente en la Mezquita de Córdoba, que hizo ministros al gran Ben Hazm y su amigo Ben Suhayd pero cuyo reinado sólo duró siete semanas. Dos años después, el asesino fue asesinado en Uclés. Hay cierto consenso en considerar a Mustafkí como uno de los tipos más viles de cuantos poblaron el caos entre Almanzor y los almorávides.
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