El Mundo, 7 de septiembre 1997
Fue labrador antes de organizar las primeras operaciones importantes de guerrilla contra los franceses. Fue uno de los pocos militares que apoyó a Riego y a la constitución. Camino del cadalso rompió las esposas y trató de huir. Murió en la horca por «atentar contra los derechos del Trono»
En Castrillo de Duero, provincia de Valladolid, hay un río tan conscientemente humilde que se llama el Botija. Sus humedales, en las afueras del pueblo, han creado unas balsas de cieno negro que reciben el nombre de pecinas. Y a los que venían al mundo en las orillas de ese barro les llamaban en los pueblos cercanos «empecinados», hijos, pues, del arroyo humilde y de la tierra oscura. Pero por una de esas curiosidades de la historia, uno de los hijos de Castrillo, Juan Martín, nacido el 5 de septiembre de 1775, convirtió ese apodo en timbre de gloria, al punto que hoy es adjetivo enaltecedor de la constancia hasta más allá de lo razonable.
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El Mundo, 31 de agosto de 1997
A los 19 años ya fue denunciado como hereje. Su obra no le gustó a Erasmo, Melanchton la denunció y Quintana, su protector, la calificó de «pestilente». No vio la faz del odio de Calvino, su antagonista, perseguidor y verdugo. Como simple digresión en una obra teológica explicó la circulación de la sangre.
Ni en la vida ni en la muerte tuvo fortuna Miguel Servet. En su breve y agitado paso por el mundo fue perseguido por la intolerancia que, a costa de la Reforma religiosa, ensangrentó Europa. A su muerte, tampoco gozó de la consideración que suele guardarse a los sabios, porque no había muerto en la hoguera católica, sino en la protestante, y tampoco su país dejó de tenerlo por lo que era, un heterodoxo al que resultaba difícil no llamar hereje.
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El Mundo, 24 de agosto de 1997
Su reinado marcó para siempre el futuro de España. Uno de sus objetivos fue recuperar las tierras y bienes que su hermano había entregado a los nobles y clérigos. En 1810, durante la Guerra de la Independencia, los franceses profanaron su tumba y esparcieron sus cenizas al viento.
El 24 de agosto de 1468, los personajes principales de la Corte de Enrique IV de Castilla, El impotente, tuvieron noticia de que el Rey había firmado la víspera o la antevíspera un documento por el que reconocía como su legítima heredera y sucesora a su hermana Isabel.
A los 17 años, Isabel había vivido lo bastante como para tener claro el sentido de su existencia. Cuando aquel 24 de agosto la adolescente rubia, de piel muy blanca y ojos azules -herencia de los Lancaster- esperaba en Cebreros el documento que su hermano Enrique había firmado a pocas leguas -en Cadalso de los Vidrios- reconociéndola como Princesa de Asturias y heredera del trono, tenía ya la misma contextura física, espiritual y política de su madurez.
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El Mundo, 17 de agosto de 1997
Fue el primero en declarar la guerra a Napoleón, con todo Aragón detrás. El pueblo vio con satisfacción cómo comía su mismo rancho y dormía en un camastro. En el sitio de Zaragoza demostró su genio militar, pero le derrotó la peste. Los que querían abolir la constitución le apartaron del favor real.
Durante algunos años, José de Rebolledo y Palafox Melzi, o simplemente José Palafox Melzi, como solía llamarse, fue uno de los militares más prestigiosos de Europa, un héroe de leyenda asociado al primer gran revés del todopoderoso Napoleón, el hombre capaz de vencer al primer ejército del mundo tras resistir el asedio agónico de una ciudad indefendible: Zaragoza. Sería injusto decir que en toda España se le apreció siempre menos que en el resto de Europa, porque los aragoneses, al menos, le guardaron siempre veneración y respeto, dentro de lo que cabe en política, que no es nunca territorio de unanimidades.
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El Mundo, 10 de agosto de 1997
Su único sueño durante la contienda civil fue el de volver a su profesión de albañil. Miaja siempre lo promocionó a los máximos rangos operativos cuando se constituyó el ejército Popular. Contribuyó al fin de la guerra al fundar la Junta de Defensa con Casado y Besteiro frente a Negrín.
Cipriano Mera es el último de los grandes anarquistas españoles del siglo XX y uno de los pocos que conserva íntegro el espíritu del anarquismo del XIX. Pocos hombres como él se atuvieron tan estrictamente a los principios libertarios y pocos, por no decir ninguno. Tuvieron tantas ocasiones de vulnerarlos. A diferencia de Durruti, los Ascao o la propia Federica Montseny, Cipriano Mera es el propotipo de militante obrero que, por su valor personal -nacido del orgullo y de la dignidad en carne viva de los desheredados- y por una inteligencia natural que en él suplía la falta de estudios, fue capaz de convertirse en uno de los grandes jefes militares del Ejército Popular de la República, al frente de la 14 División, que con las de Líster y El Campesino fueron las grandes fuerzas de choque a lo largo de la guerra, y después, del IV Cuerpo de Ejército.
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El Mundo, 3 de agosto de 1997
Fue estrecho colaborador de Cambó y Tarradellas en la Generalitat de Cataluña. La militancia franquista de su hermano le salvó de la represión. Cuando el «milagro alemán» corroboró su línea de pensamiento volvió a la política. Fue el maestro de varias generaciones de economistas.
Hace unos días murió Lucas Beltrán Flórez y lo hizo de una forma muy nuestra, bajo ese silencio torvo, hecho de un cuarto de desprecio y tres de ignorancia, que España reserva a sus grandes sabios. Apenas nadie recordó que con Lucas Beltrán se ha ido la personalidad más brillante del pensamiento económico liberal del siglo XX en nuestro país y además un testigo excepcional de la historia política española y de la historia intelectual de Occidente.
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El Mundo, 27 de julio de 1997
Este hombre de la izquierda perdida tiene la extraña habilidad de estar siempre con los perdedores. Es de los pocos que ha intentado explicar el comunismo. Ha escrito más de 100 libros y ha sobrevivido a ello. Sus memorias son la exaltación sentimental de un español con genio.
A sus más de 80 años tiene razón Víctor Alba en cabrearse. Hace un año publicó sus memorias, que son los 80 años de la historia de España que más fragante y electrizantemente hemos vivido. En ellas cuenta, con una prosa extraordinaria, lo que le ha pasado y lo que nos ha pasado, lo que le ha caído encima y lo que nos puede caer. Nadie ha acusado recibo de esas memorias. Y lo sorprendente es que Víctor Alba encuentra eso normal.
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El Mundo, 20 de julio de 1997
La muerte de Gregorio Ordóñez le llevó a la política: ahora le sustituye como mártir. Su secuestro fue un asesinato a cámara lenta. España vivió la agonía del Miguel como propia en la mayor procesión laica de nuestra Historia. Nunca llegó a más sólo uno.
Toda la Corona de Castilla, incluyendo naturalmente al Señorío de Vizcaya, no reunía tanta gente cuando fue capaz de descubrir, conquistar, evangelizar y occidentalizar a casi toda América en 50 años como fue capaz de reunir un vizcaíno de padres gallegos, Miguel Angel Blanco Garrido, natural de Ermua, en un solo día: el 14 de julio de 1997. Juntando viejos, mujeres y niños, toda Castilla no llegaba en 1492 a los seis millones. Autores hay que no la dejan pasar de cinco.
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El Mundo, 29 de junio de 1997
Fue captado para el partido por Pablo Iglesias, que le profesaba un cariño paternal. Se negó a seguir al Gobierno del PSOE en su huida a Valencia. La última vez que vio a Negrín le dijo: «Le tengo por un agente de los comunistas». Franco fue mezquino con él al terminar la guerra.
Estaba predestinado a ser el hombre más importante del socialismo en el siglo XX español. Pablo Iglesias, consciente de sus limitaciones intelectuales y, en el fondo, convencido de que tenía que sacar al PSOE del obrerismo elemental en que se desarrolló durante sus primeros años de existencia, así lo tenía decidido. Este catedrático de Lógica, cuya vida familiar es un verdadero culebrón, había sido elegido por el santo laico del marxismo al principio, para sucederle y mejorarlo. Sin duda, Iglesias pensaba en él como el primer presidente socialista, de la República o del gobierno.
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El Mundo, 22 de junio de 1997
Fue el líder indiscutible de la UGT y del PSOE durante 30 años. Llegó a presidente del Consejo de Ministros con la misión de organizar un Estado revolucionario sobre las ruinas del republicano. Apresado en Francia por la Gestapo, conoció todas las amarguras del destierro y del campo de concentración.
La vida de Largo Caballero, cruda, extensa, intensa, contradictoria y dura como pocas, ejemplifica al máximo la lucha de un sector destacado de la clase obrera por la conquista del poder, y del poder absoluto, que fuera capaz de redimir a las masas pobres y analfabetas, de las que estos «obreros conscientes» procedían. Aun teniendo padre, fue como si no lo tuviera, porque abandonó a su madre y el pequeño Paquito debió trabajar antes de los 10 años para ayudar a su madre en la dura tarea de salir adelante, o por lo menos, de salir con vida.
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